Queridos hermanos la iglesia empieza a prepararnos para el final del año litúrgico, y en este domingo nos presenta la parábola de las diez vírgenes. El mensaje principal se resume en la última frase: estar preparado siempre, para no ser tomado de sorpresa...
La iglesia aprovecha este clima de culminación del año litúrgico, para ayudarnos a pensar en el fin de nuestra vida terrena, y como recién celebramos el día de las ánimas, pienso que este tema está muy fresco en todos nosotros.
No es el interés de Jesucristo o de la Iglesia sembrar el miedo en nuestras vidas. Todos sabemos que una conversión motivada por el miedo, es superficial e infructífera. Lo que Dios quiere es ayudarnos a mantener una constancia en nuestra vivencia cristiana, a fin que podamos superar todas las pruebas que continuamente nos llegan sorpresivamente.
No debemos olvidarnos jamás, de que somos ciudadanos del cielo, y nuestra vida en este mundo es una escuela pasajera, donde tenemos la oportunidad de entrenarnos en los valores que se exige para poder entrar a la fiesta eterna.
Cada día de nuestra existencia en este mundo debe ser marcado por el crecimiento. Estamos invitados a humanizarnos siempre más. La perseverancia es fundamental. Es necesario combatir diariamente con el egoísmo, la envidia, la pereza... y las demás tendencias que tenemos y que desfiguran nuestro ser. Cada día debemos progresar en la caridad, en el perdón, en la amistad, en la fidelidad...
Estas son cosas que no podemos descuidar ni un solo día. Todos sabemos que, para destruir una construcción hecha con mucho trabajo y esfuerzo, basta una bomba y algunos segundos. Pero reconstruir sobre los escombros es aún más difícil.
Alguien podría decir que es muy difícil tener esta perseverancia. Y yo creo que es verdad: es cierto que las tentaciones son muchas y que nuestras debilidades se hacen sentir. Pero yo creo también que es la vida de oración, la participación en los sacramentos especialmente la eucaristía y la confesión, que nos puede recargar siempre más, haciéndonos tener siempre en reserva el óleo que nos permite mantener nuestras lámparas siempre encendidas.
Señor Jesús, despierta nuestros corazones para la fidelidad en tu camino, ayúdanos a estar siempre preparados.
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.