“Si yo me doy gloria a mí mismo, mi gloria no vale nada; es el Padre quien me da la gloria, el mismo que ustedes llaman nuestro Dios” Jn. 8,54
Jesús, quien en su vida terrena obró tantos prodigios, nos enseña hoy acerca de la humildad. Él, que realizó multiplicaciones de panes, sanaciones y liberaciones, no se pasaba diciendo o repitiendo yo hice eso o hice lo otro. Por el contrario, escuchamos en la Sagrada Escritura las tantas veces que prohibía que se comenten los milagros que realizaba. Hoy entendemos que es porque él no quería una gloria o reconocimiento del mundo, él sabía que la verdadera gloria viene del Padre Dios. Al observar esto en Jesús, pensemos en las veces que, tentados por el enemigo, queremos aparentar o vanagloriarnos por los dones que tenemos, por el cargo que ejercemos o por los bienes materiales que poseemos. No tomemos ese camino, sino que humildes, esperemos el momento en que el Padre nos reciba en la gloria verdadera, la del cielo. Paz y bien.