“Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”. Jn 3, 17 Muchas veces, nuestros miedos nos ponen en una posición defensiva delante de Dios, como si Él estuviera siempre buscando nuestros defectos para condenarnos. Sin embargo, en Jesucristo nosotros descubrimos que la voluntad de Dios es que todos seamos salvos. El Padre eterno no quiere perder a ninguno de sus hijos; por eso busca de todos los modos atraernos hacia sí, quiere curar nuestras heridas e invitarnos a asumir su propuesta. Si estamos alejados, si nos equivocamos, si fuimos rebeldes, Dios nos envía a su Hijo a través de la Iglesia, no para condenarnos sino para rescatarnos, para salvarnos. No tengamos miedo de Dios. Paz y bien.