Jesús, en su sacrificio de la cruz, se ofreció con entero amor por cada uno de nosotros para que podamos alcanzar la reconciliación plena con Dios, la vida eterna. Ese mismo Jesús se ofrece cada día en la Eucaristía. De hecho, el pan consagrado es el maná del cielo que viene a aquellos que lo reciben para fortalecer el cuerpo y el alma. Tomemos conciencia del valor de cada Eucaristía, participemos activamente en la celebración y en ella, toquemos un poco del cielo ya aquí en la tierra, sintiendo a ese Jesús que nos mira con infinito amor y ternura. Señor Jesús, que al contemplarte con ojos espirituales, te reconozcamos como vida y salvación nuestra. Paz y bien.