Mc 3,20-35
PECADO CONTRA EL ESPÍRITU SANTO
Escuchamos estas inquietantes palabras de Cristo: “Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre». Jesús dijo esto porque ellos decían: «Está poseído por un espíritu impuro».
Nuestra sociedad posmoderna, con cierta frecuencia, tiende a no considerar la realidad “pecado” y prefiere usar expresiones más dulzonas, como falta de iluminación, inmadurez y otros. Sin embargo, el pecado, como rechazo de Dios, de su proyecto y de su amor, es una trágica realidad.
El uso de la libertad es riesgo constante, de modo que nunca es Dios quien "manda para el infierno" sino la propia persona que contraría su proyecto, desprecia sus enseñanzas, prefiere a su egoísmo, hasta llegar a una catastrófica autoexclusión.
Dios perdona todos los pecados cuando le permitimos perdonar, es decir, cuando hay un arrepentimiento por el mal hecho y un propósito de no repetir las actitudes diabólicas. Pero, si no hay eso, ¿qué pasa? Entramos en clima del pecado contra el Espíritu Santo, y podemos afirmar que hay cinco situaciones que lo manifiestan:
CINCO PECADOS
Desesperanza de la salvación: la persona ha pecado tanto que juzga que ya no hay más salvación para ella, cuando sabemos que una Confesión sincera es solución.
Presunción de salvarse sin merecimiento: "Hay dos tipos de presunción. O bien el hombre presume de sus capacidades (esperando poder salvarse sin la ayuda de Dios), o bien presume de la omnipotencia o misericordia de Dios (esperando obtener su perdón sin conversión, y la gloria sin mérito)" (Catecismo 2092).
Negar la verdad conocida como tal: es lo que oímos en el Evangelio, pues atribuyen al Maligno una obra realizada por Cristo. Asimismo, despreciar las verdades de la fe, por sostener que están en contra de su opinión. De nuevo, la soberbia.
Envidia de la gracia ajena: la persona tiene rabia de la gracia que Dios regala a otro, se enoja porque su prójimo alcanzó algo bueno, y por eso se rebela contra Dios. Es el caso de Caín y Abel.
La obstinación en el pecado hasta el final de su vida: uno peca, no por debilidad, sino por malicia voluntaria. Quiere continuar pecando por las ventajas que eso le trae, sin importarse con las consecuencias y sin arrepentirse del mal practicado. Aunque Dios le ofrezca mil oportunidades, también a través de la Iglesia, la persona desprecia su perdón y su amistad, y muere en esta condición.
EL CAMINO CIERTO
Haga usted una buena Confesión.
Paz y bien
Hno. Joemar Hohmann, Franciscano Capuchino