«El discípulo que Jesús amaba dijo a Pedro: “¡Es el Señor!”». Jn 21, 7 Para hacer comprender el gran misterio de la resurrección, Jesús apareció a sus apóstoles muchas veces y en distintas situaciones. Su cuerpo glorificado no se hacía reconocible a primera vista, pero lo que decía, su modo de actuar o las marcas de la pasión permitían a los discípulos reconocerlo como aquel mismo a quien habían seguido, escuchado y amado. La muerte no le dañó. Él está vivo y continúa interviniendo en nuestra vida. Él continúa realizando milagros en nuestra historia. Las experiencias con el resucitado fueron trasformando la vida de aquellos hombres, que se hicieron intrépidos predicadores. Dejemos que el resucitado también transforme nuestra vida. Paz y bien.