XIII Domingo del Tiempo Ordinario (B)
“Cuando llegaron a la casa del dirigente, había gran bulla: unos gritaban, otros lloraban. Jesús dijo: “¿Por qué esta bulla? La niña no ha muerto, sino que duerme” Mc 5, 38-39
Este domingo reflexionaremos sobre un tema que nos toca muy de cerca, pero del cual, muchas veces, huimos o preferimos no pensar, esto es: la muerte.
Infelizmente muchas personas prefieren ignorar este asunto. Parece que quieren rehuir, pensando que esta es una realidad que no les va a tocar. Viven en una fantasía de inmortalidad. Es muy sintomático que este modo de actuar es justamente el contrario al de nuestros santos. Generalmente los santos buscaban pensar que el día presente era para ellos su último día, su oportunidad final y, de este modo, encontraban la fuerza para ser mejores, para ir a lo esencial, para perdonar con más facilidad, para donar con mayor generosidad, para hacer las cosas que realmente eran importantes... De hecho, es esto lo que sucede muchas veces con una persona que descubre tener una enfermedad grave. Esto le ayuda a hacer una nueva evaluación de la vida. Le enseña a mirar con otros ojos los eventos y las personas. Al contrario, cuando nos olvidamos que hoy mismo nuestra vida terrena puede terminar, nos tornamos mucho más soberbios, presuntuosos, insensibles y superficiales. Pensar que este puede ser mi último instante hace cambiar la intensidad con cual vivimos la vida.
En este sentido, yo creo que las personas que de hecho tienen poco tiempo de vida tienen el derecho de saberlo. Tienen el derecho de buscar aprovechar lo más intensamente posible sus últimos días y también prepararse para el encuentro con el Señor. (¡Hasta hace pocos años en todas las oraciones se pedía a Dios el no darnos una muerte repentina, justamente para poder tener el tiempo de prepararnos… hoy muchos dicen que preferirían morir sin siquiera darse cuenta!).
Algunos santos, como nos demuestran sus imágenes, llevaban siempre con ellos una calavera, para recordarles siempre sobre la muerte. Así, delante de la cruda realidad de lo que resta de este mundo, ellos podrían dar el justo valor a las riquezas, a los títulos, a la belleza corporal, a la importancia de tener ojos azules o castaños, o de una operación plástica estética. La calavera denunciaba con fuerza las muchas ilusiones de este mundo y les invitaba a preocuparse mucho más con lo que es capaz de resistir a la muerte, esto es con el Bien, con el Amor y con la Vida.
Otra reflexión importante es: en Cristo Jesús la muerte fue vencida. No es verdadero el dicho popular: “En la vida para todo tenemos solución, menos para la muerte.” Los cristianos creemos que Cristo es la solución para la muerte: quien cree en Él no morirá, sino que tendrá la vida eterna. Por eso creemos que la muerte corporal es solamente una transformación en nuestra vida, pero no su fin. Creemos que la muerte es la puerta de la eternidad. Entonces, a los ojos cristianos, la muerte no puede ser vista como una tragedia, ni debe llevarnos a la desesperación. Como san Francisco de Asís, todos deberíamos decir: “Loado seas mi Señor por nuestra hermana la muerte corporal...” La conciencia de la muerte como un pasaje importante y necesario en nuestras vidas nos debe colocar en alerta para el propio sentido de la vida.
Para el cristiano la muerte no es una desgracia, sino un evento de cambio radical, de donde surge el yo verdadero, purificado de las cosas transitorias, y que fue construyéndose en el día a día de este mundo. La desgracia para el cristiano es el pecado, pues es el que destruye nuestra vida espiritual. Los primeros Padres de la Iglesia nos decían que no debemos llorar, hacer duelo o desesperarnos cuando muere una persona, sino cuando alguien comete un pecado mortal. Pues la muerte corporal es la puerta del cielo, pero el pecado mortal, es la destrucción del cristiano, es su perdición. En verdad, Jesús dijo: No tengan miedo a quien lo máximo que puede hacer es destruir tu cuerpo, a quien te puede matar, pero sí huye de quien puede destruir tu alma. De quien te puede hacer caer en el pecado. Infelizmente hoy, muchos tienen miedo de la muerte, pero no dan ninguna importancia al pecado. Parece que nos estamos olvidando del evangelio. Parece que de nuevo nos estamos volviendo paganos.
Señor Jesús, vencedor de la muerte, maestro de esperanza, de consuelo y de paz, ayúdanos a vivir intensamente cada instante de nuestra vida en esta tierra, pero sin perdernos en lo que es pasajero. Ayúdanos también a vivir cristianamente la muerte de nuestros seres queridos y de prepararnos para nuestra transformación.
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te de la PAZ.
Hno. Mariosvaldo Florentino, capuchino.